The Cure – Songs from a lost world (crítica)
Sin duda, Songs from a lost world es la confirmación de que Robert Smith ha creado un universo musical paralelo.
Será en 2028 cuando Robert y Simon, este con alguna ausencia, cumplan 50 años siendo, respectivamente, el guitarrista y cantante y el bajista más infravalorado de la historia del rock. A lo largo del camino han dado los lógicos bandazos estilísticos que dan todos, han pasado por el rock gótico, por el pop más descarado y por discos como Faith, Pornography o Disintegration que bien pueden ser los predecesores sonoros de esta nueva entrega a la que no le faltan pinceladas de Wish.
Se trata, una vez más, de convertir ocho canciones en un espacio donde se para el tiempo, con una atmósfera única y en la que los sentimientos fluyen a borbotones para conectar directamente con tu corazón. Si «Alone» fue un excelente primer corte de adelanto, la introducción otrora algo larga se hace cada vez más corta y el tema es ya la banda sonora diaria de sus seguidores, el resto de canciones mantiene el nivel que ya pudimos apreciar en la última gira del grupo.
«And nothing is forever» sin duda es un repaso a la discografía de la banda y, especialmente, a los sonidos de Disintegration. Es tan emotiva como imprescindible para entender mejor el sentido del disco.
«A fragile thing» es la que más recuerda a su mencionada obra maestra de 1992. Tiene un aire fresco, distinto y repleto de melodías que completan muy bien el concepto del disco. Sorprende y sirve casi de descanso para el oyente ante lo que se le viene encima con el resto de canciones.
«Warsong» comienza como las grandes canciones de la banda, aunque la distorsión del bajo de Simon le aporta un toque distinto y más áspero. Evoluciona el tema, monumental y repleto de matices, hacia terrenos bien conocidos por los amantes de la etapa más gótica del grupo. La voz rompe la armonía y te lleva de lleno al epicentro de un tema en espiral que te pondrías mil veces sin pensártelo mucho. Enorme.
«Drone: No drone» arranca con distorsión, con un bajo demoledor de Simon y con unas guitarras con base de teclados que recuerdan ligeramente a otros cortes del grupo. Sobre esa base se va construyendo, acorde tras acorde, una canción monumental que tiene tantos detalles que resulta casi imposible de abarcar. Las dobles voces y la atmósfera nos recuerda a Wish una vez más, pero también a otros temas más pop de la carrera de la banda.
«I can never say goodbye» ya la habían tocado en la gira, pero al escuchar la versión de estudio nos parece mucho mejor. Especialmente, por las dobles voces, por la rabia que pone Robert al cantarla y por la labor de la banda que interpreta el tema con enorme acierto.
«All I ever Am» comienza con fuerza, con predominio de teclados y de batería. El bajo de Simon lleva la melodía a terrenos conocidos antes de que entren las guitarras. La atmósfera es la de los grandes cortes del grupo y resulta muy fácil dejarte llevar por su potencia. Es de mis temas favoritos al tener un ligero toque ochentero que llega a emocionar.
«Endsong» ya sorprendió en la gira y esta versión de estudio de 10 minutos es una oda a los pilares sobre los que se ha construido el grupo: rock oscuro, melancolía y sentimientos. Préstales atención a los matices sonoros y descubrirás varias canciones en una. Broche de oro para tan magna obra que se hace demasiado corta y que entra, directamente, entre los tres mejores álbumes de The Cure.
Según Smith, no será el último disco del grupo, ya que tiene el siguiente listo para editarlo (se espera que salga a primeros de septiembre para justificar la gira posterior). De momento, tenemos una nueva dosis en vena de una banda irrepetible que dejará mudos a muchos que reparten el carnet de rockero y que siguen escuchando a los de siempre.
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